jueves, 25 de marzo de 2010

La reforma sanitaria de Estados Unidos

Barack Obama es un fanático creyente del sistema capitalista imperialista impuesto por Estados Unidos al mundo. “Dios bendiga a Estados Unidos”, concluye sus discursos.
Algunos de sus hechos hirieron la sensibilidad de la opinión mundial, que vio con simpatías la victoria del  ciudadano afroamericano frente al candidato de la extrema derecha de ese país. Apoyándose en una de las más profundas crisis económicas que ha conocido el mundo, y en el dolor causado por los jóvenes norteamericanos que perdieron la vida o fueron heridos o mutilados en las guerras genocidas de conquista de su predecesor, obtuvo los votos de la mayoría del 50% de los norteamericanos que se dignan acudir a las urnas en ese democrático país.
Por elemental sentido ético, Obama debió abstenerse de aceptar el Premio Nobel de la Paz, cuando ya había decidido el envío de cuarenta mil soldados a una guerra absurda en el corazón de Asia.
La política militarista, el saqueo de los recursos naturales, el intercambio desigual de la actual administración con los países pobres del Tercer Mundo, en nada se diferencia de la de sus antecesores, casi todos de extrema derecha, con algunas excepciones, a lo largo del pasado siglo.
El documento antidemocrático impuesto en la Cumbre de Copenhague a la comunidad internacional ­-que había dado crédito a su promesa de cooperar en la lucha contra el cambio climático- fue otro de los hechos que desilusionaron a muchas personas en el mundo. Estados Unidos, el mayor emisor de gases de efecto invernadero, no estaba dispuesto a realizar los sacrificios necesarios a pesar de las palabras zalameras previas de su Presidente.


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lunes, 8 de marzo de 2010

Los peligros que nos amenazan

No se trata de una cuestión ideológica relacionada con la esperanza irremediable de que un mundo mejor es y debe ser posible.
Es conocido que el homo sapiens existe desde hace aproximadamente 200 mil años, lo que equivale a un minúsculo espacio del tiempo transcurrido desde que surgieron las primeras formas de vida elementales en nuestro planeta hace alrededor de tres mil millones de años.
Las respuestas ante los insondables misterios de la vida y la naturaleza han sido fundamentalmente de carácter religioso. Carecería de sentido pretender que fuese de otra forma, y tengo la convicción de que nunca dejará de ser así. Mientras más profundiza la ciencia en la explicación del universo, el espacio, el tiempo, la materia y la energía, las infinitas galaxias y las teorías sobre el origen de las constelaciones y estrellas, los átomos y fracciones de los mismos que dieron origen a la vida y la brevedad de la misma, y los millones y millones de combinaciones por segundo que rigen su existencia, más preguntas se hará el hombre en busca de explicaciones que serán cada vez más complejas y difíciles.
Mientras más se enfrascan los seres humanos en buscar respuestas a tan profundas y complejas tareas que se relacionan con la inteligencia, más valdrán la pena los esfuerzos por sacarlos de su colosal ignorancia sobre las posibilidades reales de lo que nuestra especie inteligente ha creado y es capaz de crear. Vivir e ignorarlo es la negación total de nuestra condición humana.
Algo, sin embargo, es absolutamente cierto, muy pocos se imaginan cuán cerca puede estar la desaparición de nuestra especie. Hace casi 20 años, en una Cumbre Mundial sobre el Medio Ambiente en Río de Janeiro, abordé ese peligro ante un público selecto de Jefes de Estado y de Gobierno que escuchó con respeto e interés, aunque nada preocupado por el riesgo que veía a distancia de siglos, tal vez milenios. Para ellos, con seguridad, la tecnología y la ciencia, más un sentido elemental de responsabilidad política, serían capaces de enfrentarlo. Con una gran foto de personajes importantes, los más poderosos e influyentes entre ellos, concluyó feliz aquella importante Cumbre. No había peligro alguno.
Del cambio climático apenas se hablaba. George Bush, padre, y otros relumbrantes líderes de la Alianza Atlántica, disfrutaban la victoria sobre el campo socialista europeo. La Unión Soviética fue desintegrada y arruinada. Un inmenso caudal del dinero ruso pasó a los bancos occidentales, su economía se desintegró, y su escudo defensivo frente a las bases militares de la OTAN, había sido desmantelado.
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martes, 2 de marzo de 2010

El último encuentro con Lula

Lo conocí en Managua en julio de 1980, hace 30 años, durante la conmemoración del primer aniversario de la Revolución Sandinista, gracias a mis contactos con los partidarios de la Teología de la Liberación, que se iniciaron en Chile cuando en el año 1971 visité al presidente Allende.
Por Frei Betto sabía quién era Lula, un líder obrero en el que los cristianos de izquierda ponían desde temprano sus esperanzas.
Se trataba de un humilde obrero de la industria metalúrgica que se destacaba por su inteligencia y prestigio entre los sindicatos, en la gran nación que emergía de las tinieblas de la dictadura militar impuesta por el imperio yanki, en la década del 60.
Las relaciones de Brasil con Cuba habían sido excelentes hasta que el poder dominante en el hemisferio, las hizo sucumbir.  Pasaron décadas desde entonces hasta que volviesen lentamente a ser lo que son hoy.
Cada país vivió su historia. Nuestra patria soportó inusitadas presiones en las etapas increíbles vividas desde 1959, en su lucha frente a las agresiones del más poderoso imperio que ha existido en la historia.
Por ello, tiene para nosotros una enorme trascendencia la reunión que se acaba de efectuar en Cancún y la decisión de crear una Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe. Ningún otro hecho institucional de nuestro hemisferio durante el último siglo refleja similar trascendencia.
El acuerdo se alcanza en medio de la más grave crisis económica que ha tenido lugar en el mundo globalizado, coincidiendo con el mayor peligro de catástrofe ecológica de nuestra especie y a la vez con el terremoto que destruyó a Puerto Príncipe, capital de Haití, el más doloroso desastre humano de la historia de nuestro hemisferio, en el país más pobre del continente y el  primero donde se erradicó la esclavitud.
Cuando escribía esta Reflexión, a sólo seis semanas  de la muerte de más de doscientas mil personas de acuerdo a cifras oficiales en aquel país, llegaron noticias dramáticas de los daños causados por otro sismo en Chile, que ocasionó la muerte de personas cuyo número  se acerca ya a mil, según cifras de las autoridades, y enormes daños materiales. Conmovían especialmente las imágenes de los sufrimientos de millones de chilenos afectados material o emocionalmente por aquel golpe cruel de la naturaleza. Chile, afortunadamente, es un país con más experiencia frente a ese tipo de fenómeno, mucho más desarrollado económicamente y con más recursos. De no haber contado con infraestructuras y edificaciones más sólidas, un incalculable número de personas, tal vez decenas o incluso cientos de miles de chilenos, habrían perecido. Se habla de dos millones de damnificados y posibles pérdidas que oscilan entre 15 y 30 mil millones de dólares. En su tragedia cuenta también con la solidaridad y las simpatías de los pueblos, entre ellos el nuestro, aunque dado el tipo de cooperación que necesita es poco lo que puede hacer Cuba, cuyo gobierno fue uno de los primeros en expresar al de Chile sus sentimientos de solidaridad, cuando las comunicaciones estaban aún colapsadas.
El país que hoy pone a prueba la capacidad del mundo para enfrentar el cambio climático y garantizar la supervivencia de la especie humana es sin duda Haití, por constituir un símbolo de la pobreza que hoy padecen miles de millones de personas en el mundo, incluida una parte importante de los pueblos de nuestro continente.


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