sábado, 4 de octubre de 2008

Un tema para meditar

Cuba es un país donde la electricidad, en circunstancias normales, llega directamente al 98 por ciento de la población, existe un sistema único de producción y suministro de la misma, y se garantiza a los centros vitales en cualquier circunstancia a través de equipos electrógenos. Tan pronto se restablezcan las líneas de transmisión será de nuevo así.

Vale la pena meditar un minuto cada día sobre el costo de la energía eléctrica, sin la cual en el mundo de hoy la vida civilizada se vuelve imposible. Esto es válido aún más si se acerca la época del año en que las noches son más largas y todas las luces y equipos se encienden a la vez, y son pocos los hogares que no disponen de varios objetos electrodomésticos.

Reflexionar sobre el tema nos permite comprender el desafío de gran número de países en el mundo que deben importar el combustible. No abundó nunca ni pudo abundar en Cuba, sin caudalosos ríos, la energía hidráulica; la solar, una forma renovable y no contaminante de energía, aunque costosa, se emplea en varios miles de puntos que satisfacen necesidades sociales; y por último, la eólica, cuyas pruebas se iniciaron bajo el peligro destructor de los huracanes. No cesará, por ello, el esfuerzo de buscar respuesta a las necesidades crecientes de energía.

Nuestra producción de electricidad depende fundamentalmente de las termoeléctricas, construidas a lo largo del país en los años de Revolución pues antes apenas existían, acompañadas de la extensa red que requiere una isla larga y estrecha para compensar déficit regionales y los tiempos de imprescindibles reparaciones.

En nuestras manos, sin embargo, está el ahorro del combustible que se consume cada día no solo en producir electricidad, sino en las actividades de la nación: industria, transporte, construcción, preparación de tierras, etcétera, etcétera. No las enumero todas porque son decenas las circunstancias en que aquel se consume no pocas veces más allá de lo necesario, tanto en Cuba como en cualquier parte del mundo; pero, en nuestro caso, con el agravante de habernos acostumbrado a recibir de la Revolución muchas cosas por las cuales no hemos luchado. Nos olvidamos incluso no pocas veces de que los huracanes existen, a lo que se unen cambios de clima y otros fenómenos creados por la llamada civilización.

Un dato nos ayudaría a ilustrar tal situación: el valor de la energía que Cuba consume anualmente, a los precios vigentes del presente año, supera los 8 mil millones de dólares.

Si, por otro lado, se suman el valor del níquel, el azúcar y los productos del Polo Científico, que constituyen los tres principales renglones de exportación, estos a duras penas alcanzan, en sus actuales precios, los dos mil millones de dólares, de los que habría que descontar los gastos e insumos necesarios para producirlos.

Desde luego que no son estos nuestros únicos ingresos en divisas convertibles. Por exportación de servicios nuestra Patria obtiene hoy más ingresos que por toda la exportación material que realiza. Tal vez lleguemos, en un período relativamente breve de tiempo, a ser exportadores de petróleo. Ya en parte lo somos de crudo pesado, que no puede refinarse en Cuba por nuestras limitadas capacidades actuales.

Una conclusión que se deduce de lo dicho es que, frente a la demanda desmedida de combustible por parte de los organismos del Estado, la respuesta ha sido categórica: reduzca las actividades que ha pensado o soñado.

Algunos de los nuestros sueñan realmente con satisfacer todas las solicitudes de "pajaritos volando" que la gente desea. Dentro del Estado, se necesita rigurosa disciplina y un orden absolutamente racional de prioridades, sin temor alguno a establecer lo que debe o no hacerse, y partiendo siempre del principio de que nada es fácil y que solo del trabajo con calidad e intensidad deben proceder honradamente los bienes materiales.

Los que no deben faltar en ninguna circunstancia son los medios disponibles que transportan materiales, alimentos, y los recursos para la producción y los servicios más vitales.

Vuelvo a insistir en la necesidad no de trabajo burocrático para las telarañas de las musarañas, sino de trabajo físico imprescindible e irrenunciable. No ser solo intelectual, sino también ser obrero, trabajar con las manos.

Fidel Castro Ruz

Octubre 2 de 2008

5 y 18 p.m.


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Kangamba

Kangamba es de los filmes más serios y dramáticos que vi nunca. Fue a través de la reproducción de un disco en la pequeña pantalla de un televisor. Tal vez mi juicio esté influido por recuerdos que no es posible olvidar. Cientos de miles de compatriotas cubanos tendrán el privilegio de irlo presenciando en la pantalla grande.

Los artistas actuaron formidablemente. Creí por un instante que para producirlo habían necesitado la cooperación de decenas de angolanos. Desde el punto de vista humano, se observan escenas que hacen añicos el modo despectivo y racista con que tradicionalmente el imperialismo enfoca las costumbres y la cultura africanas. Las imágenes de las casas incendiadas por los proyectiles con que los gobernantes sudafricanos armaron una etnia africana para lanzarla contra sus hermanos angolanos no se pueden borrar nunca.

Las cosas ocurridas en aquel campo de batalla en que nuestros compatriotas, junto a los angolanos, realizaron aquella proeza fueron realmente conmovedoras. Sin su resistencia heroica todos habrían muerto.

Los que cayeron no lo hicieron en vano. El Ejército sudafricano había sido derrotado en 1976 cuando Cuba envió hasta 42 mil combatientes para evitar que la independencia de Angola, por la cual ese hermano pueblo luchó mucho tiempo, sucumbiera ante la invasión traicionera del régimen del apartheid, cuyos soldados fueron obligados a retroceder hasta la frontera de donde partieron: su colonia en Namibia.

Poco después de finalizada la guerra e iniciada la progresiva retirada de los combatientes cubanos por presión de la dirigencia de la URSS, los sudafricanos volvieron a sus andadas contra Angola.

La batalla de Cuito Cuanavale, cuatro años después de la de Cangamba ―su verdadero nombre―, y el propio drama que se vivió en este punto fueron consecuencia de una estrategia soviética equivocada en el asesoramiento del alto mando angolano. Fuimos siempre partidarios de prohibir al ejército del apartheid intervenir en Angola, como al final de la guerra de 1976 lo éramos de exigirle la independencia de Namibia.

La URSS suministraba las armas; nosotros entrenábamos a los combatientes angolanos y les brindábamos asesoramiento a sus casi olvidadas brigadas que luchaban contra los bandidos de la UNITA, como la número 32, que operaba en Cuanza, casi en el límite central al este del país.

Sistemáticamente nos negábamos a participar en la ofensiva que casi todos los años se dirigía al puesto de mando hipotético o real de Jonas Savimbi, jefe de la contrarrevolucionaria UNITA, en la remota esquina sudeste de Angola, a más de mil kilómetros de la capital, con brigadas flamantemente equipadas con armas, tanques y transportadores blindados soviéticos más modernos. Los soldados y oficiales angolanos eran inútilmente sacrificados cuando ya habían penetrado en la profundidad del territorio enemigo, al intervenir las fuerzas aéreas, la artillería de largo alcance y las tropas sudafricanas.

En esta ocasión las brigadas, con grandes pérdidas, habían retrocedido hasta veinte kilómetros de Cuito Cuanavale, antigua base aérea de la OTAN. Fue en ese momento que se ordenó a nuestras fuerzas en Angola el envío de una brigada de tanques a ese punto y se tomó la decisión, por nuestra cuenta, de acabar de una vez con las intervenciones de las fuerzas sudafricanas. Reforzamos nuestras tropas en Angola desde Cuba: unidades completas, las armas y los medios necesarios para cumplir la tarea. El número de combatientes cubanos superó en esa ocasión la cifra de 55 mil.

La batalla de Cuito Cuanavale, iniciada en noviembre de 1987, se combinó con las unidades que se movían ya en dirección a la frontera de Angola con Namibia, donde se dio la tercera acción de esa importancia.

Cuando se haga una película aún más dramática que la de Kangamba, la historia fílmica recogerá episodios más impresionantes todavía, en que brilló el heroísmo masivo de cubanos y angolanos hasta la derrota humillante del apartheid.

Fue al final de las últimas batallas cuando los combatientes cubanos estuvieron próximos a ser golpeados, esta vez junto a sus hermanos angolanos, por las armas nucleares que el gobierno de Estados Unidos suministró al oprobioso régimen del apartheid.

Sería de rigor producir en su oportunidad una tercera película de la categoría de Kangamba, que nuestro pueblo tiene a su disposición en los cines de Cuba.

Mientras tanto, el imperio se atasca en una crisis económica que no tiene igual en su decadente historia, y Bush se desgañita pronunciando disparatados discursos. Es de lo que más se habla en estos días.

Fidel Castro Ruz
30 de septiembre de 2008
7 y 40 p.m.

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